Los argentinos tenemos una peligrosa tendencia a dramatizar. Si bien este fenómeno se hizo más evidente durante la campaña electoral, a pesar de ser unas habituales elecciones legislativas, esa singularidad de la conducta forma parte de nuestro "ser nacional" (o metropolitano, para no ser injustos con nuestros amigos del interior del país). Esta predisposición a magnificar lo que nos sucede está colmada de ejemplos cotidianos. Un simple problema laboral - por mencionar solo un caso - no es vivenciado del mismo modo por un argentino que por un holandés o un mexicano. No.
¡¡No sabés lo que me pasó !!, vocifera cualquier argentino cuando se topa con un congénere. Casi siempre, cuando escuchamos su relato, son dos los dramatismos que se unen ante la exageración: el del que lo cuenta y el del que lo escucha. Somos verdaderas esponjas afectivas para la "tragedia". Somos un pueblo repleto de egos tremendistas. Somos un pueblo repleto de egos, para simplificar. Todo lo que nos pasa no sólo es importante (porque en verdad lo es) sino que le otorgamos la plusvalía de ser único e incomparable. ¿Qué me importa lo que te pasa a vos si lo mío siempre será más grave?, es el razonamiento en sordina que trae implícita esta conducta casi autista.
Proyectando esta particular forma de ser, vivimos los procesos sociales casi con los mismos niveles de exageración y dramatismo. Un partido de fútbol es de "vida o muerte". Una campaña electoral nos enfrenta incluso con amigos bajo el razonamiento patológico del "yo o los otros". Este carácter tan propenso a la magnificación nos hace débiles como sociedad. Somos el caldo de cultivo perfecto para incorporar mensajes subliminales. Y cuando los medios de comunicación están concentrados en pocas manos, les resulta tarea sencilla generarnos miedos, inseguridades y sensaciones de desasosiego e inconformismo. Somos la "masa" perfecta para los "mass media".
Si a ello le agregamos que los medios monopólicos no están conducidos por inofensivos periodistas sino por empresarios inescrupulosos en connivencia con políticos ambiciosos que actúan en las sombras, la cuestión se torna doblemente peligrosa. Durante el segundo semestre de este año debemos ser extremadamente prudentes y tendremos que aprender a diferenciar claramente "ideas" de sensaciones". No aceptar revanchismos de vencedores ni operaciones desestabilizantes de los perdedores, sean quienes fueren. Desde hace meses pretende instalarse el descontento popular desde diversas usinas informativas, y la segunda parte del año la tendencia se intensificará. No importa quien sea el político que aproveche cada manipulación mediática. No debe importarnos si es oficialista u opositor. Ellos no cambiarán sus estilos y costumbres manipuladoras hasta tanto cada uno de nosotros no inicie su propio cambio cultural. Sabemos que será una tarea difícil mientras el 80 por ciento de los medios más consumidos permanezcan en las mismas y pocas manos en que se encuentran y se empecinan en generar climas enrarecidos para proteger intereses económicos colosales que, de aprobarse la Ley de Comunicación Audiovisual, se pondrán en serio riesgo.
Pero para que esto no parezca un discurso ideologizado únicamente, pondremos un ejemplo contundente: El actual secretario de la Unión Industrial Argentina José Ignacio de Mendiguren fue Ministro de Producción de Eduardo Duhalde, y es quien encabeza por estas horas una verdadera cruzada anti estatista, promovida hasta el cansancio por los medios del Grupo Clarín. Basta con recordar sus reacciones ante la nacionalización de empresas realizada hace pocas semanas por el venezolano Hugo Chávez. En su antigua función ministerial, De Mendiguren impulsó la pesificación asimétrica, generando una monstruosa transferencia de dinero a grupos económicos. Como Techint y...el Grupo Clarín.
Y no mencionamos estos dos ejemplos al azar. Clarín y Techint son socios, pues encabezan la Asociación Empresaria Argentina (AEA), de la cual sus vicepresidentes son, casualmente, Paolo Rocca (Techint) y Héctor Magnetto, director ejecutivo de Clarín y mano derecha de Ernestina de Noble ¿Le parece casual entonces que las pantallas de los canales gobernados por el Grupo Clarín hayan destilado sangre, soja y fraude desde hace poco más de un año?
Debemos ser cautos y reflexionar profundamente antes de formar opinión y - sobre todo - de estropear nuestras cacerolas, basándonos en las sensaciones y noticias que nos transmiten ciertos periodistas al servicio de grupos económicos que invirtieron en medios de comunicación y - gracias al menemismo - los monopolizaron. La primera pregunta que debemos hacernos debe ser: ¿a quién estoy sirviendo si actúo o pienso así? Siempre intentarán aprovecharse de esa tendencia a la magnificación y a la dramatización que poseemos como cuerpo social y esa irritabilidad a flor de piel, sobre todo cuando la plata no nos sobra, como hoy ocurre ante el derrumbe financiero internacional. Muchas son las operaciones en marcha para el segundo semestre de este año. Y disparatadas. Y se intensificarán a medida que se acerque la hora de tratar la Ley de Comunicación Audiovisual, aplicando mediáticamente "tolerancia cero" ante cualquier medida de gobierno. La aprobación de esas norma resentirá drásticamente los intereses económicos de quienes siempre ejercieron el poder real en Argentina. No se quedarán quietos.
Pero las acciones que mas cotizan en bolsa para estos grupos - aunque no lo crea - no son bonos a 10 años o divisas varias. Las acciones más valiosas están la cocina de la casa de cada argentino: la cacerola. No debemos dejarnos arruinar la existencia por los malos políticos, pero menos que menos por el poder financiero. Solo cuando aprendamos a estar agradecidos por el milagro de despertar cada mañana, mirar a nuestros afectos, a nuestros hijos crecer y a confiar en nuestra capacidad personal de resolver nuestros problemas, estos profetas del Apocalipsis tendrán que cambiar de estrategia para usarnos como ganado y no podrán disponer tan fácilmente de nuestras cacerolas, amparándose en la furia y el miedo que ellos mismos nos causan cada día.