Joan Manuel Serrat habla en su maravillosa e, inevitablemente, triste canción, sobre el dolor adulto ante el crecimiento de nuestros hijos. Aunque, quizás, la palabra correcta no sea "dolor", sino nostalgia por lo que ya no somos ni seremos. Y nostalgia por nuestra imposibilidad para evitarles dolores propios de sus propios crecimientos.
"Nada ni nadie puede impedir que sufran, que las agujas avancen en el reloj...que crezcan y que un día, nos digan Adiós". Es completamente natural que un adulto diga o piense este tipo de cosas al pensar en sus hijos.
Lo preocupante es que esas frases taladrantes del alma materna o paterna, se conviertan en observaciones tales como: "el que mata tiene que morir, aunque sea un niño"; "¿¿Qué me vienen a hablar de pibes??..éstos no son pibes...son bestias" o "es hora que entendamos que estos chicos no son niños, sino delincuentes".
"A menudo los hijos, se nos parecen"...dice Serrat. Cuando seres supuestamente adultos comienzan a reptar y gruñir este tipo de frases sobre los niños, la pregunta obligada es: ¿Quiénes son los enfermos? ¿Los pibes o los adultos?. Uno puede comprender que los chicos son las primeras víctimas de los verdaderos delincuentes, que los utilizan para delinquir amparándose en la inimputabilidad de los menores. Puede ser que haya que bajar esa edad. O no. No hablo sobre lo que no sé como varios de mis colegas. A los niños les proveen droga con suma facilidad, pues esas almas puras y no contaminadas por la "adultez" difícilmente puedan oponer resistencia. Repito un concepto: SON LAS PRIMERAS VÍCTIMAS. Pero, sin embargo, lo que estrellas de televisión, periodistas esclarecidos, políticos oportunistas y demagogos y personas a los cuales los años envejecieron sin que eso signifique evolucionar, reclaman es mano dura y bala contra "delincuentes" de 12 o 13 años. Ni se les ocurre hablar de educación, inclusión o contención.
Recuerdo que una vez, por obligación laboral y siendo no mucho mayor que esos pibes, tuve que entrevistar al criminal Augusto Pinochet. Le pregunté si estaba dispuesto a pagar ante la Justicia por sus crímenes y violaciones a los derechos humanos. Me respondió con otra pregunta: "¿Si a Usted le matan a su madre, qué haría?", justificando atrozmente el terrorismo de Estado que aplicó en Chile. Reconozco que no me comporté profesionalmente. Debiera haberle aclarado que el que hacía las preguntas era yo. Pero necesité responderle: "Yo no mato al asesino para no convertirme en alguien como él". Pinochet sólo atinó a sonreír cínicamente.
Pinochet murió impune y en una cama. Pero a estos pibes quieren fusilarlos. Hoy, leo y escucho a mis propios compatriotas, utilizar el mismo argumento que me escupió Pinochet en la cara: hay que matar a los asesinos. O, lo que es peor, hay que encerrar en cárceles o matar a niños de 12 o 13 años.
"Sin respeto al horario y a las costumbres y a los que por su bien hay que domesticar", me continúa cantando el Nano al oído.
Mientras tanto, ciertos canales de TV, periodistas y vedettes envejecidas y gran parte de la tilinguería vernácula, siguen vomitando su resentimiento fascista desde canales monopólicos. Y son parafraseados por ciudadanos trabajadores para quienes es más sencillo repetir como asnos los argumentos de Tinelli, Legrand o Giménez antes que tomarse el tiempo de estudiar soluciones adultas para problemas infantiles. Muestran y entrevistan a niños y adolescentes, presentándolos como "fenómenos extraños" y como si la sociedad adulta no tuviera nada que ver con la vida (o la falta de vida) de esos chicos.
Empezamos a pensar que esos pibes son más peligrosos que los delincuentes que los explotan, que el Estado que los abandonó durante décadas mientras nosotros viajábamos a Miami o comprábamos la tele a color en Brasil y que sus propios padres que jamás se tomaron el trabajo de aprender a escucharlos, pero los retaban cuando hablaban porque interrumpían el momento sagrado de ver "Bailando por un Sueño".
A esos "adultos" que hoy piden mano dura contra "esos locos bajitos" que alguna vez se incorporaron con los ojos abiertos de par en par, sólo me resta decirles: "eso no se dice, eso no se hace...los niños no se tocan".