Quizás la mayor virtud de Néstor Kirchner haya sido no hacer depender el modelo de país de su propio liderazgo. Por estas horas, donde la conmoción aún perdura por la inesperada y repentina muerte del ex Presidente, muchos están olvidando que, en esta etapa de dos gestiones que arrancó en 2003, Néstor Kirchner diseñó el país a construir (reconstruyendo primero desde los escombros que nos dejaron los dirigentes tradicionales) y produjo hechos simbólicos que, a la luz del apoyo popular recibido, calaron hondo, sobre todo, en las capas juveniles y en clase trabajadora argentina.
Recordemos que el descrédito de los políticos vernáculos desde 2001 parecía irreversible. Muy pocos argentinos no se sintieron asombrados por actos que hoy quedaron grabados en la historia de todos los tiempos, como decirle a un presidente norteamericano que "a los argentinos no nos gusta que nos vengan a patotear", retirar los cuadros de genocidas de las paredes del Edificio Libertador y reducir la desocupación a un dígito, cuando creíamos que la dirigencia argentina era incapaz de conducirnos. Incluso, a no olvidar, en 2001 se llegó a mencionar la posibilidad de solicitar a organismos internacionales una suerte de "intervención normalizadora". Si...llegamos a pensar que un extranjero nos gobierne. Un Virrey del siglo XXI.
Es muy difícil mirar el futuro en perspectiva cuando gran parte de la sociedad está aún atravesada por el dolor. Pero un pasado muy reciente nos muestra a una mujer que, desde el primer mes de asumir su mandato, debió soportar el encono de las clases acomodadas y los embates de los intereses económicos a los que, para profundizar el modelo con fuerte participación estatal, debió y debe enfrentarse.
Y lo tuvo que hacer en soledad y en la mayor de las adversidades. Sin vicepresidente. Con traiciones de dirigentes que, ante el crecimiento del país, veían como se esfumaban sus mezquinas ambiciones personales. Tan es así, que aún hace pocas horas la legisladora María Eugenia Estenssoro, por ejemplo, destacó como "positivo" en la muerte de Kirchner que ya no pueda haber alternancia en el poder entre marido y mujer. Deleznable.
Estas son horas en que los argentinos podemos presenciar en forma descarnada cual es la esencia de cada dirigente oficialista u opositor. Desde el silencio inevitable de Elisa Carrió, quien hace menos de dos años dijo que "sería divino que Cristina quede viuda" (Diario Registrado) hasta la desafortunada declaración de Ricardo Alfonsín, quien le dijo a Diario Perfil que “siempre me da pena el sufrimiento y el dolor ajeno, aunque se trate de Hussein”. Claro, no fue Hussein precisamente quien realizó un merecido homenaje en vida en Casa Rosada al padre de Ricardito. Pero Ricardito está en campaña. Comprendamos que en el fragor de la lucha se suelen decir barbaridades. Sin embargo, muy a pesar de declaraciones tan aberrantes de dirigentes que - se supone - debieran estar cerca del gobierno, si no fuera por sus propias ambiciones de poder personal, el modelo sigue en pie y creciendo.
Decíamos que la muerte de Kirchner nos hizo olvidar por un momento que la actual Presidente Cristina Fernández sorteó con éxito el embate de los medios de comunicación más consumidos por la sociedad, las declaraciones claramente golpistas de hombres como Hugo Biolcatti o la mencionada Carrió, quien recorrió embajadas alertando al mundo sobre la inminente "pérdida de la paz social en Argentina" y, luego de un revés electoral en Junio de 2009, fue Cristina quien lanzó las que son, posiblemente, las decisiones políticas más importantes de su gobierno hasta el momento: la Asignación Universal por Hijo y la Ley de Medios. Es decir, que ante la adversidad, demostró cobrar más vigor. Y este no es un dato menor en las actuales circunstancias, donde plumas miserables insisten con apostar a una debilidad presidencial por viudez. A la luz de los últimos acontecimientos parlamentarios, comparados con las cadenas presidenciales, parece ser mucho más útil para el país una Presidente recién viuda que una oposición recién casada.
Decenas de miles de personas en la calle no sólo despidieron a un Presidente que hizo historia y marcó un rumbo, sino que proclamaron por aclamación a quien debía ser la candidata a Presidente por el oficialismo en 2011: Cristina Fernández. Pero el Pueblo movilizado por el dolor, también lanzó un mensaje al resto del arco político nacional, a los medios y periodistas. Todos debemos replantearnos lo hecho hasta hoy.
La diversidad de ideas es bienvenida en todo sistema republicano. Pero lo imprescindible para que exista, es justamente la existencia de ideas. A la oposición ya no le alcanza con construir su discurso cuestionando las "formas" de Néstor Kirchner. Con Kirchner, se fueron los únicos argumentos para oponerse que tenía gran parte de la dirigencia a la cual el gobierno de Kirchner permitió subsistir, revalorizando la política ¿O no recordamos que el "que se vayan todos" de 2001 incluía a gran parte de hombres y mujeres que hoy pueblan el Congreso de la Nación? Son horas de definiciones ideológicas. De demostrar quien es capaz de gobernar con mayor convicción y eficiencia que Cristina Fernández. Pero, por sobre todas las cosas, de contraproponer un modelo. Ya no alcanza con defender las políticas neoliberales del pasado sin confesarlo. Será sano para el país que los dos modelos compitan en las urnas, pero a cara descubierta.
Y para los dirigentes de partidos "progresistas", el desafío es aún mayor ¿Cómo justificarán sus críticas al gobierno nacional, si en las exequias de Néstor Kirchner ponderaron la recuperación de la política y del rol del Estado lograda por el ex Presidente? ¿Cómo justificará hoy un progresista haber votado en contra de la recuperación para el Estado del abominable negocio de las AFJP? ¿O haber dicho que la Asignación Universal por Hijo sólo sirve para aumentar los índices de drogadicción y juego (Ernesto Sánz dixit)?
Pero el Pueblo en la calle también nos dijo algo a los periodistas. La sociedad ya no acepta mentirosas neutralidades, que sólo ocultan la defensa de los intereses económicos de quienes pagan los sueldos de los escribas del desánimo. O dirigentes y periodistas confiesan abiertamente defender un modelo neoliberal al estilo menemista en contraposición al del gobierno, inmerso en un modelo común que avanza en toda la región, o la historia los fagocitará uno por uno. Es más honesto confesar ideas. Si se tienen, claro.
Y dejamos para el final al gran protagonista de este momento político: la juventud. En redes sociales consultamos a decenas de personas de todas las edades, para saber cuál debiera ser el compañero de fórmula de Cristina Fernández en 2011. Nos sorprendió, pero no nos parece casual, que los nombres más mencionados, y en este orden, fueran los de Juan Manuel Abal Medina, Martín Sabbatella y Alicia Kirchner. Y los argumentos, los mismos: privilegiar la participación juvenil y el recambio generacional y, en el caso de la cuñada de la Presidente, la lealtad incondicional.
En la oposición, y al desaparecer la única razón de su existencia (las formas de Kirchner), quedaron al descubierto las ausencias de ideas y propuestas, que son más notorias aún con el exceso de candidatos, lo que deja también desnudas las ambiciones personales de Poder como único móvil político.
Con Kirchner no murió solamente el padre del modelo que conduce Cristina. También murieron las viejas formas clientelistas de hacer política, la política mediática, las 5 tapas de Clarín que volteaban gobiernos, la indiferencia de los jóvenes por las cuestiones sociales y la democracia entendida como construcción de consensos únicamente. Para que existan los consensos entre dirigentes, los políticos opositores deben dejar de funcionar como meros empleados de los grupos económicos a los que más afecta la profundización de un modelo con fuerte participación estatal distributiva. Y cuando un modelo de estas características está apoyado por tantos argentinos, se enfrentan intereses muy poderosos, que Cristina debió soportar durante lo que va de su mandato. En este caso, lo que existe es una pugna de intereses. Y de toda pugna, surgen vencedores y vencidos. Es hora de que los vencidos no sean siempre los mismos: los trabajadores.
El legado principal de Néstor Kirchner, pues, fue la recuperación de la política y los ideales, cuando estaban heridos de muerte. Es de esperar, entonces, que quienes con cara de consternación enfrentaron cámaras de televisión para ponderar al ex Presidente, decidan de una vez por todas poner a la política por sobre los intereses de los grupos que se resisten a seguir perdiendo fortunas, interpretando correctamente lo que el pueblo en general y los jóvenes en particular les dijeron en la Plaza de Mayo. Si se van a oponer, digan claramente lo que piensan y a qué intereses protegen. Basta de pretender desfinanciar y quebrar al Estado con propuestas insostenibles, como el 82% móvil para jubilados, con el único fin de hacer fracasar las políticas sociales que son el fuerte de este gobierno y el modelo. No es casualidad que los únicos dirigentes que lanzaron sus candidaturas a Presidente a una semana de morir Néstor Kirchner, hayan sido Eduardo Duhalde y Mauricio Macri. Dos hijos dilectos del menemismo.
Dejemos a Cristina hacer su duelo en paz, mientras sigue gobernando y sorteando dificultades que la oposición se empecina en atravesar en su camino. Pero el resto, dirigentes y periodistas, recapacitemos sobre el rol que la sociedad nos impuso en las calles: dejar de construir la realidad desde el odio y la mendacidad. Clarín ya no es más implacable.
Lo único verdaderamente implacable es la historia y la gente movilizada por afecto. Si el Pueblo ganó las calles por amor, también significa que no hay más lugar para el odio en nuestra era. Y en política, el odio tiene nombres y apellidos.