Lo que está en juego este año es inédito: será la primera vez que en las urnas se dirimirá claramente qué tipo de sociedad queremos construir para nuestros hijos, entre dos modelos clarísimos de Nación.
Ya no será cuestión de optar por "el menos malo", como solía suceder cuando las recetas eran siempre las mismas, pero con distintos cocineros parecidos entre sí. Esta vez los modelos de Estado versus "libre mercado" estarán enfrentados más que nunca en los últimos 50 años.
La tarea de desenmascarar a los protagonistas del odio y el resentimiento, creemos, ya está terminada. Con el debate social por la Ley de Medios y las actitudes que asumieron los distintos actores, quedó claro quien es quien en nuestro País. Seguir sorprendiéndonos ante la mentira sistemática, terminará con el indeseado resultado de convertirla en parte de la realidad. Y la realidad es otra.
De la palabra silenciada a puro cacerolazo, pasamos a una etapa de sano debate y pugna de intereses, donde las palabras se utilizaron como herramientas de construcción. Sería suicida para un periodista pedir que nos impongamos el silencio. Eso jamás, pues además hay aún varias asignaturas pendientes. Pero es hora de determinar claramente sobre qué necesita el país que hablemos.
Creemos que no hay mejor manera de combatir la metodología de la mentira goebbeliana, que mostrando la verdad en imágenes y sumando voces. No es la primera vez que decimos que los ojos de un niño que pudo volver a la escuela gracias a la Asignación Universal por Hijo son mucho más poderosos que ampulosos despliegues intelectuales explicando el fenómeno.
La explosión de contenidos audiovisuales que comenzará este año con la puesta en vigencia plena la Ley de Medios, la aparición de nuevas emisoras de radio y TV en cada rincón del país, representando a distintos sectores de la cultura, el arte, el sindicalismo, la vida universitaria o la voz de los vecinos de nuestro propio barrio amplificadas por emisoras regionales, obligarán a un replanteo más del ejercicio del periodismo. A una reinvención constante del oficio.
Y esos nuevos medios, serán suficientemente elocuentes como para que parte de la sociedad ya no tenga la sensación errónea de que desde 2008 estamos en presencia de una "guerra" del gobierno versus el Grupo Clarín. Este proceso comenzó varias décadas antes, sin ninguna conducción estatal que se animara a confrontar con las "tapas de Clarín", hasta la llegada del kirchnerismo. Es necesario asumir este hecho de la realidad, piense como se piense, si queremos sentir el placer íntimo de la honestidad intelectual.
Pero, aunque desde Raúl Alfonsín hasta Cristina Fernández pretendieron modificar las reglas de juego que condicionaban el crecimiento de país mediante tapas de diarios y mentiras instaladas como verdades absolutas, esta conquista es de todos. Y el modelo que es apoyado por la mayoría de los argentinos, creemos, responde a la consigna de la inclusión como mecanismo de fortaleza estatal en la protección de los derechos de cada ciudadano y como garantía de crecimiento del país en su conjunto.
Ya nadie acepta las antinomias partidocráticas del pasado ni las recetas foráneas para resolver nuestros problemas. Quienes, desde dentro del oficialismo o fuera de él, pretendan imponer mezquindades electoralistas o intereses sectoriales, tendrán un ejército de comunicadores, no necesariamente periodistas gracias a las redes sociales, que los dejarán en evidencia.
Aún existen problemas por resolver. Los aumentos de precios. Nótese que no los llamamos "inflación" porque los argentinos recordamos claramente en qué contextos se produce ese fenómeno, cuáles son sus consecuencias y qué pasó cuando ante los procesos inflacionarios el Estado se puso del lado de los especuladores. Ninguna de esas variables se produce en la actualidad. Por eso, los precios aumentan, pero no existe una situación inflacionaria, toda vez que hay paritarias, crecimiento del PBI y solidez financiera.
La inseguridad sigue siendo un problema a resolver. También lo es la cadena alimentaria argentina en pocas manos. La distribución de la energía en manos privadas o nacionalizada es otro dilema que deberemos definir como sociedad, al igual que la recuperación definitiva de los trenes como herramienta productiva.
Podemos hacer una lista enorme de asignaturas pendientes. Pero lo fundamental, es el camino (modelo) elegido para resolverlas. Y hacer un recorrido memorioso por nuestro pasado reciente y reencontrarnos con el presente. Todos sabemos íntimamente que tanta destrucción sistemática generada durante décadas no puede revertirse fácilmente. Pero, lo cierto, es que ahora está en manos de todos los argentinos definir el rumbo a seguir como comunidad y aplicar la mayor sabiduría posible a la hora de elegir quién está en condiciones de encabezar un proyecto semejante.
Mientras tanto, dentro de cada uno de nosotros se está produciendo una verdadera revolución cultural. Estamos pasando del culto al individualismo y la frivolidad de los 90, a convertir a la inclusión del otro y la solidaridad social como partes fundamentales de nuestra propia realización personal.
Vivenciar que nadie puede sentirse personalmente pleno en una sociedad donde aún hay excluidos. Y, a la vez, que el sólo hecho de incluir al marginado nos genere un estado de bienestar personal. Cambio revolucionario si los hay.
La tarea es monumental. Pero será un ejemplo de padres a hijos. Por eso, independientemente de estrategias electorales, de especialistas en marketing que empapelarán el país y nos bombardearán mediáticamente con promesas, el dilema a resolver en Octubre de este año ya no será, como siempre, signado por la pregunta "¿Quién ME gusta para votar?". La pregunta dominante deberá ser "¿Quién NOS representa (a todos) y nos puede conducir en el camino deseado?".
Si hubiéramos votado respondiéndonos a ese interrogante, y no mediante sensaciones personales y concentrándonos en nuestras cajas de ahorro, quizás lo que nos hubiésemos ahorrado sería más de una crisis. Y varias muertes.
En definitiva, éste será el año en que deberemos votar por nosotros mismos, pero sin que ello represente un acto de individualismo, sino de conciencia colectiva nacional y, por sobre todas las cosas, regional. Votar por uno mismo, pero pensando en todos.
Para nosotros, para nuestros hijos y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino.