Uno de los logros que hemos conseguido los argentinos en los últimos años, es la recuperación de la política como herramienta de transformación. No existe Democracia sin política. En realidad, no existe vida social organizada sin política. Tampoco existe relación humana sin política. La peor consecuencia de la década del 90, además de las vidas que costó, fue la pérdida absoluta de credibilidad de la dirigencia política en su conjunto. Casi sin excepciones.
En rigor de verdad, aquel "que se vayan todos", incluía no sólo a políticos, sino a referentes del periodismo, el empresariado, el sindicalismo y todos los estamentos de la sociedad. La recuperación de la política no sólo quedó evidenciada en los funerales de Néstor Kirchner, con miles de jóvenes expresando un dolor visceral en lo más profundo de sus propios sueños recuperados. Un año antes, el voto popular le entregó bancas en el Congreso Nacional a hombres y mujeres que habían sido las caras visibles del momento más siniestro del neoliberalismo.
Así, vemos como la misma Patricia Bullrich, quien ofició como vocera entusiasta de la medida de Fernando de la Rúa de reducir salarios y haberes jubilatorios en un 13 por ciento "para salvar al País", comparte el recinto con el ex interventor en Corrientes, Oscar Aguad, actualmente bajo la lupa de la Justicia por decenas de millones de dólares cuyo destino se desconoce. Y el ex ministro Ricardo Gil Lavedra acuerda posiciones con dirigentes prominentes de su partido como el secretario de Desarrollo Social del gobierno de la Alianza Gerardo Morales.
Ni hablar de los numerosos ex-menemistas, incluido el ex presidiario Carlos Menem, a quienes el voto popular le devolvieron crédito. Los cinco presidentes que desfilaron en una semana vergonzante hoy son, desde distintos sectores políticos, protagonistas de la construcción de nuestro futuro, en mayor o menor medida. Todos, se lo deben al proceso iniciado en 2003, que logró recuperar a la política y, dentro de ella, muchos nuevos dirigentes conviviendo con los destructores de nuestro pasado reciente.
Seguramente, tantos "sapos" a digerir son el precio necesario por haber recuperado algo verdaderamente importante y esperanzador: la militancia, sobre todo juvenil. Incluso a nadie escapa que dentro de la prensa se abrieron las aguas para dividir a los "opinadores" en dos tipos de periodistas militantes: los oficialistas y los opositores. Con sus referentes. Algunos militan honestamente, confesando su militancia para no engañar al público. Otros, se aferran a términos ya grotescos de "objetivos" o "neutrales", como pretendiendo convertirse en deidades de sus palabras que ya nadie respeta.
En ambos sectores de la prensa, se está produciendo un fenómeno indeseable: la aparición de fanatismos. Así como los periodistas militantes opositores generaron un clima de odio y "crispación", para manipular a desprevenidos y despolitizados consumidores de información a su gusto, desde el oficialismo, y a medida que pasan los días de este naciente año electoral, cierta soberbia a la cual Perón y Jauretche definirían como "piantavotos" asoma en ciertos sectores intelectuales y no tanto.
El odio promovido desde los medios de derecha y opositores a este modelo, generó su contracara en grupos de militantes o simplemente televidentes, que clausuran toda posibilidad de debate, no ya sólo con los "anti" o la "opo" (como la llaman), sino con los propios argentinos que adhieren al modelo conducido por Cristina Fernández. Algunos por idealismo. Otros por mezquindad electoral. Otros por ambición de poder o presupuesto (léase "caja"), olvidaron que multiplicar es la tarea, y se empecinan en restar.
Luis D`Elía, por ejemplo, se convirtió en el "kirncherista mimado" de Clarín y La Nación por sus embates contra ministros y dirigentes sociales, como Aníbal Fernández, Daniel Scioli, Julio Alak, Emilio Pérsico...y sigue la lista. Los acusa de conspirar contra Cristina. Se comporta claramente como fanático ¿Por convicción o interés?
El sindicalista Omar Plaini, fervoroso K, arremetió contra Daniel Filmus, cuestionándole su poca dureza al enfrentar al Grupo Clarín. Como si el enemigo fuera solamente Héctor Magnetto y no el neoliberalismo que ese grupo mediático representa ¿Por qué cuestionó a Filmus? Sólo porque Plaini apoya la candidatura del ministro Amado Boudou como Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ¿Se debe pasar por alto semejante dislate sólo porque Plaini dice ser oficialista? Sirvan estas menciones sólo como ejemplos de una idea más abarcativa que queremos transmitir.
Muy distinto es el caso, pues actúan de buena fe con una pasión admirable, pero también desde la sociedad, cierto fanatismo corroe la construcción y profundización del modelo. No existe crecimiento sin debate. Ni existe objetivo realizable sin bandera común. No estamos hablando de imposibilidad de debate con una oposición que carece de ideas, sino con quienes apoyan el modelo de país que estamos construyendo. Cuando una bandera que debe llevar estampadas tres letras (CFK), lleva impresos tres números (678), el objetivo se confunde, el modelo se malinterpreta y la multiplicación se convierte en resta. Menciono este caso porque hemos detectado, incluso, grupos cerrados en Redes Sociales, que ponen como condición para ingresar "ser oficialista". Y por varios casos individuales que nos preocuparon. Aunque el programa fue convocante de amplios sectores genuina y mayoritariamente militantes.
Si realmente pretendemos un país en serio, una Argentina mejor y una sociedad feliz, lo que debemos multiplicar son los militantes y no los "clubes de fans". Por ocuparnos en responder sistemáticamente lo que nos miente el enemigo, nos olvidamos de mostrar los ojos de un niño que pudo regresar a la escuela gracias a la Asignación Universal por Hijo ¿Existe mejor forma de desenmascarar la mentira que mostrando la verdad?
El embrión destructivo del fanatismo y el odio ya carcomió las entrañas de aquellos dirigentes que necesitan escenarios de violencia para soñar con una segunda vuelta electoral. El mismo fanatismo en la defensa de intereses corporativos acabó con la credibilidad de periodistas militantes opositores. La cultura popular ha creado una nueva frase que sepulta a ese tipo de comunicadores: "son menos creíbles que tapa de Clarín", dicen sus ex lectores, oyentes o televidentes. Y ahora aparecen temibles embriones "progres" que, a pesar de su buena fe en muchos casos, pueden dañar notablemente el modelo que juran apoyar.
Néstor Kirchner habló una y otra vez de "verdades relativas" y de "inclusión". El fanatismo nos remite a "verdades absolutas". Y los argentinos ya no estamos para experimentos propuestos por iluminados sectarios ni para viejas recetas que nos sepultaron una y otra vez en un pasado no tan lejano. No existen fanatismos buenos y malos. Todo fanatismo es nocivo. Y más peligroso aún es confundir pasión y convicciones con fanatismo. Sin mentes y almas abiertas al debate de ideas, ninguna profundización o construcción será posible.
El respeto por las miradas críticas "desde adentro" nos parecen la mejor manera de "cuidar a Cristina", como pretenden sus seguidores. Cuando cometemos un error, el buen amigo es el que nos ayuda a corregir el camino. No el que, por obsecuencia o por temor a nuestra reacción, nos deja hundir en la ciénaga con la cual todos tropezamos alguna vez en la vida.
Ciertos sectores opositores -por su parte- deben recordar que el odio fanático mató a Maximiliano Kostecki y a Darío Santillán. Y sigue matando, como a Mariano Ferreyra. Como a tres personas en el Parque Indoamericano. Matan los que piden represión. Y piden represión, sencillamente porque llevan el odio en sus entrañas. Siguen proponiendo muerte, ante la ausencia de ideas y propuestas y el exceso de odio. Y desde el otro extremo, los que denuncian represión donde no existe: la izquierda festiva argentina, siempre funcional a lo peor de la derecha.
Los oficialistas deben recapacitar y entender que la mayor y más importante conquista recuperada es la política como herramienta y los sueños como guía. Jamás deben comportarse como su adversario. Y nuevamente desembocamos en la antinomia que parece signar la historia de la humanidad misma: amor versus odio. No se ama fanáticamente, sino profundamente. Y la buena gente, la segura de sí misma y colmada de nobleza, no conoce el odio. Ni la soberbia. No teme al debate, menos con quienes piensan parecido.
Dejemos que quienes hacen del odio una militancia se estrellen contra su propia miseria. Quienes poseen convicciones, no necesitan fanatizarse con ellas, ni ser guiados por un fanático. Piensen como piensen. Cristina Fernández dijo en una de sus últimas visitas a Avellaneda una frase a la cual adhiero y por la cual ratifiqué mi apoyo a este modelo: "Yo estoy de paso, cuiden lo que hemos logrado".
El fanatismo y los laureles donde recostarse no son, definitivamente, el camino correcto. Ya recuperamos la pasión y los sueños. Ahora nos toca actuar con cordura y sensatez. Así sea.