Hay noticias que emocionan. No sólo emocionan. Le dan sentido al oficio de periodista. Hacen que todas las noticias pierdan valor simbólico, las aparta del centro del universo, donde solemos colocar a cualquiera de ellas mediante nuestro sentido dramático y exagerado de la existencia.
En cualquier familia, una abuela significa mucho. Es la Nona, la Yaya, la Oma, la Yadda, la Bobe o, simplemente, Abu. Es la que tiene el derecho ganado de malcriar a los nietos. La que siempre queremos que esté cerca. A la que recurrimos para cobijarnos en paz. Difícil tarea la de imaginar a una abuela que no encuentra a su nieto. Esa orfandad tardía e inversa que se debe sentir a lo largo de cada arruga en el rostro.
Estela se convirtió en abuela de todos. Pero faltaba él: “su” nieto. Así, con el posesivo adelante. Y a él, al amado nieto, le faltaba su abuela, su Oma, su Yaya, su Bove, su Yadda, su Nona. Su Abu. No fue por magia, imposición del destino ni azar. A no confundir. Fue la búsqueda mutua y la lucha implacable las que lograron el milagro. Una lucha ejemplar, sin el sentido de lugar común con el que solemos interpretar esa frase. En la lucha de la abuela Estela se sintetizaron valores difíciles de encontrar resumidos en un solo ser humano: prudencia, perseverancia, templanza, coraje, sabiduría y una persistente e infinita paciencia. Y, del lado de Guido, apareció la primera condición indispensable para alcanzar todas las virtudes que acabo de mencionar: la duda.
Y, debe decirse claramente, hubo un Estado presente que decidió acompañar y brindar todas las herramientas necesarias para que el encuentro fuera posible. A pesar de los aberrantes intentos que pretendían convertir al pasado en una molestia, que nos invitaban a “no mirar el espejo retrovisor” y planteaban la falsa e hipócrita antinomia entre revisar el pasado y construir el futuro, como si una cosa pudiese existir sin la otra.
Mientras los memoriosos lidiaban con los cómplices e hipócritas, Estela seguía buscando. Y en Guido crecía la duda. Mientras candidatos hacían campaña con la reconciliación con olvido, Estela y Guido no se dejaron distraer. Estela debió soportar a lo largo de más de 30 años infinitos intentos por olvidar. Pretensiones de capitulación social ante el horror que regresan una y otra vez, con protagonistas diferentes invitándonos a consumir el mismo veneno.
Estela fue y es un ejemplo, nadie lo duda. Y Guido, también. Ambos supieron cómo encontrar el amor en épocas de tanto odio. La sociedad, asiste al milagro con emoción, asombro y sorpresa. Los periodistas nos encontramos con una noticia que nos hizo llorar, sollozar, emocionarnos y sentirnos orgullosamente parte de un momento histórico que construyeron ellos: Estela y Guido.
Si me lo preguntan, no creo que el ejemplo de Estela y su nieto logren automáticamente hacernos mejores personas. La emoción pasará y pronto regresaremos a nuestras grandes pequeñeces. Pero, a no dudarlo, nuestro País (no “este país”, como suelen decir muchos con una ajenidad penosa), hoy es un poco mejor. De nosotros dependerá asimilar ese ejemplo de lucha para hacer nuestras propias revoluciones privadas. Las que Estela y Guido debieron hacer para enfrentar al horror y el genocidio.
Nadie le devolverá a Estela los primeros pasos de Guido que los asesinos de su hija y ladrones de su nieto le impidieron disfrutar. Los paseos de la mano por la plaza Moreno que los criminales les robaron. Los retos de Laura a Estela por malcriar a Guido. Los actos escolares que Estela no pudo ver. Y Laura, tampoco. Demasiado dolor como para seguir siendo tolerantes ante las invitaciones a “no mirar por el espejo retrovisor”. Espero que, aunque más no sea, eso lo hayamos aprendido con este ejemplo de vida y lucha de una abuela. De tantas abuelas.
Por lo pronto, Laura puede descansar en paz. Guido ya está con su abuela Estela. La que lo buscó durante 36 años como una leona. Sus asesinos, jamás descansarán en paz. Los argentinos debemos ocuparnos de esa tarea sin escuchar a quienes, trémulos y temerosos, no quieren mirar hacia el pasado y nos invitan a acompañarlos en su capitulación cobarde y vergonzante.
Bienvenido Guido. Gracias Estela. La Patria no es cualquier otro. Hoy la Patria, son ustedes.