Las épocas políticas y sociales que transcurren están gobernadas por relatos e "ideas-fuerza" que, a modo de consignas, instalan verdades absolutas y, por ende, falaces.
Una de ellas, que se realiza insistentemente a modo de crítica del oponente, es que "no se respeta la opinión del otro", "hay que respetar la diversidad" u otras del mismo estilo.
De este modo, cada argentino se convirtió en un sujeto que exige respeto, sin distinguir si se lo ganó o no, cuando en realidad debe reclamar tolerancia ante la diversidad. El valor de las palabras es fundamental y nos sirve para entendernos, comprendernos y, llegado el caso, llegar a respetarnos.
Quizás uno de los objetivos primordiales de la vida sea el de ganarse el respeto de sus seres queridos, de sus congéneres o de la sociedad. La talentosa Eladia Blázquez lo plasmó maravillosamente en su canción "Honrar la Vida", que se convirtió en un verdadero himno a la existencia digna. Y respetable.
Las premisas fundamentales para la convivencia social y democrática son la tolerancia y la aceptación de las opiniones diferentes. No el respeto. La violencia sobreviene cuando la opinión diversa no es tolerada. Nunca cuando no es respetada. Porque, sencillamente, las diferencias sólo pueden tolerarse, ya que de contar con un juicio valorativo previo que las convierta ante nosotros en respetables, no serían diferencias. Los precarios intelectuales que gobernaron durante la última dictadura militar, masacraron a una generación, entre otras cosas, porque no toleraron ninguna opinión diversa.
Pedirle a alguien de izquierda que respete a la derecha, o viceversa, en lugar de tolerarla, es una invitación lisa y llana a una comunicación entre pares liderada por la hipocresía. Exigirles que se toleren, forma parte de la convivencia pacífica y edificante que todos, o casi todos, anhelamos.
El concepto respeto lleva implícito un juicio valorativo previo sobre la persona que emite una opinión. Por eso, no escuchamos con la misma atención a cualquiera. Alguien que se ha ganado nuestro respeto con una vida coherente entre el decir y el hacer, es atendido de un modo mucho más tolerante. Sentimos que lo respetamos y nos genera hasta placer escucharlo. No experimentamos la sensación, a veces desagradable, de tener que tolerarlo, a pesar de tanta distancia ideológica. Lo que debemos aprender, es aplicar esa tolerancia a todos y, tras los juicios valorativos que hagamos sobre ellos, formarnos nuestra propia escala de respeto.
Si no sabemos distinguir los significados de respeto y tolerancia, corremos el riesgo como sociedad de desalentar los gestos y actos nobles, ya que daría lo mismo ser "un burro o un gran profesor", gracias a la presión social que nos obliga a respetar la opinión ajena, en lugar de tolerarla, como corresponde, desalentando así la búsqueda humana del respeto ajeno como valor en sí mismo, a través de conductas de vida nobles.
Lo invito, estimado lector, a que haga el ejercicio imaginario de recordar a personas que trascendieron su muerte gracias a sus obras de vida. Ello ocurrió porque se ganaron el respeto de todos, o casi todos. No la tolerancia.
De este modo, y siempre según la escala subjetiva de valores que todos y cada uno de nosotros tenemos, una figura como la de Evita es respetada por amplias mayorías, pero apenas tolerada por las facciones más reaccionarias de la sociedad. Y ello es así porque nuestros juicios valorativos siempre están influidos por nuestra propia ideología, es decir, escala de ideas y valores que conforman nuestra singular filosofía de vida.
En los tramos históricos o, simplemente, en nuestras propias etapas de la vida, en las que imperó la intolerancia, el resultado fue siempre la violencia y el desencuentro. Por ello el término tolerancia tiene un significado trascendental para la convivencia social. Confundirlo con el respeto no es sólo un error conceptual menor. Significa el vaciamiento de gestos de conducta social imprescindibles para convivir.
Tolerar la opinión ajena es un imperativo, no sólo para convivir, sino para aprender algo que a los argentinos tanto nos cuesta: escuchar. Y sólo escuchando al que opina distinto podremos fortalecer nuestros propios principios y generar juicios valorativos correctos, sin prejuicios ni preconceptos. No existe mayor fábrica de brutos que la ausencia debate de ideas. Para decirlo de otro modo, comunicarse sólo con los que coinciden con nosotros, embrutece. No sólo es aplicable este concepto a la política, sino a cualquier orden de la vida. Sólo el tiempo sentenciará quien es respetabley quien, apenas, pudo ganarse la aceptación y tolerancia ajenas.
Por ello, lo invitamos a reflexionar sobre el léxico que utiliza cuando se refiere a su relación con los demás, en todos los órdenes de la vida, sin dejarse llevar por los modernos supuestos "neutrales", que llenan espacios mediáticos con exigencias de "respeto", sin haber hecho lo más mínimo en sus vidas para ganárselo y sin siquiera conocer el significado de lo que repiten hasta el hartazgo, convirtiendo así una falacia en verdad absoluta, de esas en las que que sólo los brutos y primitivos acostumbran creer.
Si no rescatamos de las garras del discurso mediático habitual los términos respeto y tolerancia y les asignamos las definiciones correctas que poseen, correremos el riesgo de convertir a nuestros próceres en seres meramente "tolerables" y en considerar como "respetables" a sujetos que tanto daño nos han hecho a lo largo de sus vidas intolerantes e irrespetuosas.