Los argentinos nos enfrentamos a una responsabilidad mayúscula. Esas que incomodan a los que no les gusta comprometerse y sentirse responsables: definir nuestro destino colectivo.
Independientemente de las rencillas y variopintas discrepancias de coyuntura y remitiéndonos exclusivamente a datos comprobables, quienes tenemos más de 50 años nacimos bajo los gobiernos de Arturo Illia o anteriores.
Cuando pretendemos hacer un balance rasante de los presidentes que gobernaron a lo largo de nuestras vidas, aparecen como en una película, a veces de suspenso y a veces de terror, las imágenes de Onganía, Levingston, Lanusse, Cámpora, el Perón que vino a morir a su Patria, la dictadura cívico militar con sus rostros detestables de Videla, Viola, Galtieri, Nicolaides, Bignone, la esperanza democrática de Alfonsín, Menem, De la Rúa, el quinteto semanal de 2001, Duhalde, para llegar a Néstor y Cristina Kirchner.
Sólo quien tenga una patología que le distorsiona la percepción de la realidad, graves problemas de memoria o milite en el partido de la mala fe, puede dudar a la hora de definir bajo cuál de todos los mencionados procesos políticos se ejerció el mejor gobierno y generó bienestar en las mayorías populares. Si bien es una cuestión de subjetividades, nos referimos al dato objetivo de bienestar general de la sociedad bajo cada uno de los citados gobiernos. Allí, no queda mucho por analizar ni comparar.
Puede entenderse perfectamente y hasta es sano, que haya jóvenes que asuman como cierto que vivimos en una dictadura o sandeces por el estilo. Pero que lo haga alguien de más de 45 o 50 años, con capacidad para recordar nuestra historia de las últimas 5 décadas, muestra la imposibilidad de sellar las diferencias y "la grieta", pues cuando de un lado hay mala fe, cualquier debate es imposible.
No me refiero en esta nota editorial a oposición a medidas del gobierno puntuales y que nosotros también cuestionamos oportunamente, como el otorgamiento de poder y capacidad de hacer inteligencia interna a César Milani, la permisividad para que Monsanto maneje la cadena alimentaria argentina o las asimetrías que produce el pago del Impuesto a las Ganancias sin una Ley que grave la timba financiera, entre otras. Estamos hablando de los efectos sobre nuestro país y nuestro Pueblo de una gestión completa de gobierno, independientemente de medidas concretas que puedan ser eventualmente criticadas.
Sin embargo, al analizar los discursos más comunes que hacen creer al imaginario de clase media que el kirchnerismo es poco menos que la "Maldición de Malinche", encontramos un eje común: lo que molesta es el estilo personal presidencial o de miembros gobierno.
Cualquier dirigente opositor que aspira a ser votado este año, se cuida muy bien de aclarar que la Asignación Universal por Hijo no será tocada, que YPF seguirá en manos estatales, que las jubilaciones seguirán siendo administradas por el Estado y que el Matrimonio Igualitario seguirá vigente, sólo por citar algunos casos. Excepto, claro, Mauricio Macri que con absoluta sinceridad y coherencia, salvo su adhesión repentina a los "principios justicialistas" dicho sólo para robarle votos a Sergio Massa, anticipa que en caso de ser electo Presidente irá por todo, en una especie de "reseteo del kircherismo", deshaciendo lo logrado para iniciar "un nuevo paradigma de la política", según sus propias promesas.
Cuando le preguntamos sus motivos a quienes, con buena fe y convencidos, aseguran que jamás votarían por el kirchnerismo, generalmente concluyen en que su discrepancia con el gobierno reside en una "cuestión de estilo": no les cae bien Cristina, no les gusta la soberbia, no se permite a periodistas hacer preguntas en conferencias de prensa, consideran enemigo al que piensa distinto o argumentos de ese tenor, son los que más se mencionan. Sólo existen razones ideológicas profundas cuando hablan de "Argenzuela" o critican al rol del Estado. Pero en las anteriores frases reiteradas hasta el hartazgo desde medios de comunicación opositores, el "estilo K" es lo que predomina como motivación de crítica opositora.
Tan es así, que si hacemos un repaso por los dirigentes fundadores del massista Frente Renovador, llegaremos a la conclusión de que sólo se fueron del kirchnerismo por algunas de aquellas razones de forma: destrato, falta de inclusión en listas electorales, no les atendían el teléfono o "ninguneo de los de La Cámpora", son las razones que cualquier periodista escucha cuando consulta a un massista sobre su decisión de irse del Frente para la Victoria.
El fenómeno no deja de ser curioso. La memoria de los argentinos parece funcionar con dificultades cuando uno rememora los "estilos" de Onganía, Levingston, Lanusse, López Rega, Videla, Viola, Galtieri, Nicolaides, Bignone o Menem. En estos casos, los estilos quedaban en segundo lugar y no preocupaban. Porque lo que realmente espantaba era el fondo y no las formas.
Decidir a quien no votar por una cuestión de estilo no suele ser lo recomendable cuando debe decidirse el futuro del país. Los únicos que plantean razones opositoras de fondo vestidas, claro, con la mención de las formas para llegar a los electores, son los miembros de la derecha tradicional argentina, representada por el macrismo. Ellos no mienten ni se confunden. Quieren gobernar porque no consideran que Onganía, Levingston, Lanusse, Videla, Viola, Galtieri, Nicolaides, Bignone o Menem hayan sido nefastos. Es más. Extrañan nostálgicamente esas etapas de orden, disciplina y vacas flacas para el pueblo y concentración de la riqueza en pocas manos. Y crecen en las encuestas de la mano de esa derecha de clase media recién llegada, que detesta al kirchnerismo "por las formas y el estilo", sin medir las consecuencias colectivas de su voto.
Pero no sólo los opositores argumentan razones de estilos y formas para oponerse. El kirchnerismo sigue desconfiando de Daniel Scioli, porque su estilo poco comprometido con ciertas causas colectivas les hace presumir un fondo oscuro o una traición que, a pesar de 11 años de kirchnerismo, jamás se produjo. El estilo funciona, en todos los casos, como una ventana, generalmente distorsionada, hacia el fondo. En el caso del antikirchnerismo militante, de nada importan los logros del gobierno si no se mantiene un estilo cálido y poco confrontativo. En el caso de Scioli, de nada importa la lealtad si no se sostiene un estilo acorde al momento histórico. Porque existe un "estilo K" y un "estilo anti K". En ambos casos, parecen poco racionales las motivaciones para definir el voto. Y, generalmente, lo son.
Hay tres responsables de que las formas se impongan al fondo: la insistencia mediática opositora en cuestionar y estigmatizar "el estilo K", el escaso análisis de argentinos que aún ante la sobre-oferta informativa prefieren la comodidad de que alguien interprete por ellos y repiten como eco en el Uritorco críticas que no llegan a comprender y, por último, quienes dieron las razones para ser criticados ejerciendo un estilo que molesta, a veces, a los propios.
Debe reconocerse que algunos dirigentes, sobre todo históricos del peronismo, que adhieren al kirchnerismo tienen que tener convicciones muy profundas como para no ser distraídos por "las formas y estilos" no precisamente inclusivos de ciertos estratos del gobierno que, entre otras cosas, permitieron la creación de un partido opositor y el ascenso de Sergio Massa ¿O acaso algún kirchnerista creyó alguna vez que todos los dirigentes que apoyaron a Néstor Kirchner eran revolucionarios convencidos de la Era Histórica que se abrió en Suramérica? Néstor, sin embargo, los sumó para construir Poder. Una estrategia que, luego, se abandonó. Pero que no deja de ser también una estrategia, con las consecuencias mencionadas y, seguramente, previstas.
Estamos hablando de construcción política y cosas que sólo interesan a políticos, periodistas y militantes. Ese concepto indefinible e incomprobable que algunos candidatos llaman "la gente" y que antes denominábamos claramente Pueblo (palabra que inexplicablemente dejamos de usar y cuando se usa se escribe sin mayúscula) tiene otras motivaciones a la hora de votar: la economía previa a las elecciones, la sensación de confianza o desconfianza y un ingrediente que se sumó durante los últimos años y es insistentemente alimentado desde los medios masivos: los estilos.
De todos modos y como mensaje final lo invito, estimado lector de más de 45 o 50 años (los más jóvenes que consulten a sus mayores) a que haga un repaso rasante de los Presidentes que gobernaron a lo largo de su vida ¿Cuál fue el mejor gobierno que vivió y que fue beneficioso para sus intereses y los del Pueblo?
Siempre es mejor decidir el voto con memoria histórica y por motivos ideológicos profundos que hacerlo por "cuestiones de estilo". Ya tuvimos demasiados ejemplos de gobernantes simpáticos y con estilos conciliadores que rifaron el patrimonio y el futuro de los argentinos ¿No le parece?